Cualquier técnica de microfoneado comienza con la elección del micrófono o micrófonos que se van a utilizar, en función del instrumento que vayamos a grabar.
Para ello es importante conocer el funcionamiento del instrumento, o al menos cómo suena, qué genera el sonido, qué características tiene, qué presión acústica genera, qué queremos realzar o qué queremos enmascarar, y con un criterio más o menos inteligente, saber dónde colocar el o los micrófonos para que capten el sonido que queremos grabar.
Si el la fuente de sonido a grabar es monofónica, generalmente emplearemos un único micrófono.
Si la fuente es polifónica, generalmente emplearemos dos micrófonos.
Si la fuente de sonido es muy grande emplearemos tantos micrófonos como sean necesarios para captar todos los matices que estimemos necesario, o que el director musical estime importantes.
Por otro lado, podemos elegir el/los micrófonos que nos dé la gana por razones “creativas”, o el que tengamos a mano porque es “el que hay”. En este caso es interesante emplear tiempo a probar distintas colocaciones, a ver dónde nos funciona mejor.
En cualquier caso, es interesante dedicarle tiempo a probar el micrófono en distintas posiciones, en la mezcla lo agradeceremos bastante.
¿Dónde estará colocado este instrumento en la mezcla?
La calidad del sonido resultante es inversamente proporcional a la cantidad de procesos a los que se vea sometido cualquier sonido en la cadena de grabación. Cuantos menos procesos, más calidad, y cuantos más procesos menos calidad, por ello, es conveniente conseguir el mejor sonido con una buena elección en la colocación del micrófono, para así tener que evitar retocarlo después.
A la hora de colocar un micrófono, conviene prestarle atención a cosas lógicas, como por ejemplo que si tenemos una fuente de sonido cerca sonará más fuerte que si la tenemos lejos, fácil, ¿no?, pero además, las frecuencias que escuchamos también varían, ya que no todas las frecuencias se comportan igual en la propagación.